Dado que mañana inicio mis labores examinadoras y el tiempo sin duda va a encogerse hasta casi desaparecer, no demoro más hacer alguna entradilla para recuperar recuerdos.
Que un amplio grupo de alumnos de Instituto en el curso 77/78 llevase a cabo en Mérida una representación teatral-musical de la Cantata de Santa María de Iquique no deja de ser un hecho sorprendente. Es obvio que corrían tiempos nuevos y empezaba a superarse la dictadura y la herencia de su Excrecencia, pero afrontar una iniciativa de tamaño rojerío parecía demasiado, y aún hoy me pregunto cómo conseguimos el visto bueno de las instancias pertinentes para culminar la empresa. Los Quilapayún eran exponente de todo un posicionamiento ideológico y el lenguaje-mensaje de la Cantata no era precisamente light, sino muy directo.
Como le pasaba a Paco, no consigo recordar el nombre del director de la obra ni su vinculación con el centro, sí que era mayor que nosotros, tenía alguna experiencia en el mundo teatral y contaba con el inquebrantable apoyo de su novia-esposa, que asumía labores diversas, además de fichar a un amigo que resolvió el tema de la iluminación, tarea que resultaba especialmente compleja. (Inciso. Sin mucha precisión, creo que alguien me contó que el Director murió muy joven, unos años después, y de una forma absurda: pescando, por culpa de un anzuelo, o por una descarga eléctrica al recuperar una caña, o algo así. No quiero pecar de frívolo, pues el recuerdo para los allegados será doloroso, pero es que el asunto tiene miga. Nunca más supe.)
Del casting y los ensayos tengo más vivos los recuerdos que me atañen, vinculados con el papel del narrador. Conocía la cantata al dedillo, la habría escuchado cientos de veces y controlaba cada inflexión de voz de aquel locutor de difícil apellido llamado Héctor Duvauchelle. Sé que alguien más se presentó para obtener el papel y yo estaba supernervioso, quizás por eso no recordaba que la aceptación fuera tan unánime como dice Paco. Dudamos en su momento si el narrador debía aparecer en escena, sentado en un taburete alto, ataviado con un poncho o algo así, aunque al final se optara por una voz en off, entre bambalinas, e ir ilustrando las escenas y canciones con personajes sobre el escenario, lo que enriquecía las posibilidades.
No era fácil resolver el tema escenográfico y las soluciones fueron variadas. Para algunas canciones y las narraciones había figurantes. En el "Vamos, mujer" el grupo musical y el resto de participantes caminaba entre el público, por ambos lados del patio de butacas, hasta llegar al escenario. El "Soy obre... soy obrero pampino" lo cantaba Andrés Domínguez, ¿no?, creo que sí. El "Rucio" hablaba en primera persona, dirigiéndose a un par de gerifaltes situados en un palco lateral. Y el asunto de la matanza se solucionó con personajes vestidos con capas negras y máscaras calavéricas, que, en lugar de disparar, gritaban: ¡Muerte!, mientras grupos de obreros iban cayendo. La canción final, con las sucesivas voces y el crescendo, era emocionante. Seguro que las neuronas de Paco, sospecho que en mejor forma que las mías, irán completando detalles.
Si sorpresivo fue abordar el evento en Mérida, más aún que saliéramos "de gira", y hubiera al menos otra representación, en el Instituto de Enseñanza Media que se encuentra entre Villanueva y Don Benito. Fruto del nerviosismo y la intensidad con que vivíamos la representación, allí recuerdo que comencé el primer relato del narrador a un ritmo algo más rápido de lo que debiera, y claro, al pobre iluminador no le daba tiempo de ir alumbrando a cada uno de los grupos y detalles de la escena, por lo que le estoy viendo, junto al director, haciéndome aspavientos desesperados para que ralentizase el ritmo. Sería sólo un minuto o minuto y medio, pero qué apuro. Pronto la cosa volvió a su cauce y todo salió bien.
Animado por el éxito, el director quiso montar un grupo teatral. Nos llamaríamos "Caravana" y recuerdo haber dibujado el logo del grupo con las consabidas dos máscaras de la tragedia y la comedia, unas cintas a los lados y las letras del nombre en negro y verde. La primera idea era montar nada menos que "Escuadra hacia la muerte", de Alfonso Sastre, uno de cuyos papeles me aprendí, preocupado por tener que fumar en escena, yo que no había fumado nunca. Iba a entrar gente ajena al Instituto, de mayor edad, y no sé si llegamos a comenzar los ensayos, pero aquello no llegó a buen puerto, no recuerdo bien porqué.
Bueno, id poniendo más teselas en el mosaico. Sería bueno llegar a la precisión de un Opus vermiculatum. Abrazos desde Cáceres.
martes, 2 de septiembre de 2008
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1 comentario:
Includio comment de Tenti Solis Tarifa Paco, leyendo el blog, es la leche, con respecto a la Cantata el director se llamaba Angel y el profesor tan rojo q comenta Moises es Jesús Serrano, para mi: EL PROFESOR
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