Durante el curso 1980-81, viví, en un piso de la calle Godoy, con Melchor, Paco Valiente, Moisés y Tony Eagle.
En el momento de la instalación, nos acompañó la madre de Antonio, con la intención de echarnos una mano, que todos éramos inexpertos. Irrumpió en la cocina y no pudo menos que exclamar: “¡Aquí hay mierda del año que la pidan!”. Afanóse, no obstante, en dejarlo habitable. Bien es cierto que nosotros tardamos muy poco en devolverlo a su estado natural. También nos dejó abundantes complementos en la cocina, entre los cuales estaba un bote con unas bolitas para nosotros ignotas. Las incorporábamos copiosamente a todo manjar (“Total, como no saben a ná”). Con el tiempo he descubierto que se trataba de pimienta negra.
Fue una época dura en lo nutricio. Más que nada, porque, con la salvedad de Melchor Gaticus, nuestros conocimientos en las artes culinarias no rebasaban el huevo frito. Resistimos con estoicidad, como lo prueba la imprecación indignada de Paco Valiente: “En esta casa me he comido cosas que, si me las pone mi madre, se las tiro a la cara”. Aún me duele el amor propio: yo había cocinado aquel día.
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