Durante el curso 82/83, alojéme en un piso de la calle Sergio Sánchez, con Pablo López de Haro, Manolo Hidalgo y Juan Moriche, pero los sucesos y circunstancias de esa vivienda merecen capítulo aparte.
Referiré aquí que, el primer día de clase de dicho curso, la catedrática de Literatura Francesa penetró, asentó sus posaderas y miró hacia nosotros, sus discípulos. Al llegar a mí, detuvo el movimiento semicircular de su cuello, abrió unos ojos platónicos (como platos, quiero decir) y musitó:
-Tú!!
Incómodo por su agudeza y memoria visuales, doblé la cerviz, en lo que ella pudo interpretar como gesto de asentimiento. Efectivamente, tratábase de nuestra vecina, la que vivía en el 14, 3º D. La que rescataba a Fermín, la que llamaba a nuestra puerta y nos conminaba a dejar de trovar, la que veía cómo las atronadoras muchedumbres transitaban sin cesar por el descansillo, la que se iba a la facu porque no aguantaba más, la que me vio un día romper la cadena de la puerta a patadas (Ramón, el del Almirez, la había puesto y no salía a abrir).
Meses después, lo relataba públicamente, para mayor escarnio mío. Y no vacilaba en añadir:
-Me preguntaban si es que no cantaban bien. Yo respondía que no era eso, pero que estaba intentando trabajar. Y, colmo de la desfachatez, uno de ellos me decía: “únete a nosotros”.
Hechos verídicos todos. Croke era Karl Pincho el que intentaba, en vano, captarla para la cavecausa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario