En Cáceres había, todos los domingos por la mañana, manis anti-otan organizadas por uno pelirrojo, que era de no me acuerdo qué partido. Los antidisturbios estaban, como siempre, más cachas que los asistentes y eran, casi siempre, más numerosos. Soliamos pensar que no nos pegarían. Más que nada, porque si nos pegaban, nos mataban. Las manis concluían con una marcha hacia el cuartel de los militronchos, con la intención de hacer una cadena humana. No había bastante peña, pero el camino era divertido: nos encabezaba Adrian, con alguna de sus múltiples flautas, tocando esto:
También, alguna vez, cantuvimos “Qué alegría cuando me dijeron”. Los maderos nos miraban mal.
La casa de Adrian y Reykio (ignoraba yo la ortografía de su nombre) abrigaba con frecuencia buen número de cavecanergúmenos. La nipona, aparte de las virtudes citadas por Vladi, era quiromante y guitarrista. Su condición de oriental le valía no pocos gritos por parte de los lugareños. Y el Águila, recriminante: “Tocha, que es japonesa, no sorda”
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