Queridos colegas: Entre examen y examen y densas elaboraciones planestudiales plagadas de módulos, materias, objetivos, competencias y actividades formativas, echar un vistazo al blog es todo un respiro, y más cuando lo encuentro hiperpoblado de referencias e imágenes a cuál más sugerente. Vuestra labor es impagable.
Reconozco que a veces me pierdo, pues algunas vivencias no las compartí. Yo no estuve en el piso de Santa Luisa de Marillac y se me escapan algunos escenarios y protagonistas, pero algo puedo decir del inefable piso en la calle Godoy, donde compartí vivienda durante el curso 80-81 con Paco Blog, Paco Valiente, Antonio Delgado Humanes (alias el águila) y Melchor, natural de Hoyos, ya recordados por nuestro Paco en alguna entrada pasada y reciente.
Yo venía de compartir en Primer curso una pensión en la calle Sande con Enrique Borrego y Rogelio, también de Mérida y creo que Paco Valiente (joder con el alzheimer). Al comenzar 2º de carrera cada uno tomó rumbos diferentes. Tras una mala experiencia en otra seudopensión, debió ser por noviembre cuando yo me incorporé al piso de la Calle Godoy.
El piso era enorme y contaba con un largo pasillo distribuidor antes de llegar al salón. Sus tres balcones (uno medio derruido y con los hierros retorcidos al llevárselo por delante un camión) daban a una pequeña plazoleta-ensanche en que los coches se las veían en figurillas para tomar la curva hacia las cuatro esquinas y la plaza mayor. La 5ª habitación, léase la mía, venía a ser como un pasillo ancho reaprovechado entre el salón comedor y la habitación de Paco. Él y su entonces compañera Lola, que se quedaba allí los fines de semana o algunos períodos, tenían que pasar inevitablemente por mi chambre para llegar a la suya. Menudo susto se pegaron la fría noche de invierno en que mi gabardina, que hacía funciones de segunda o tercera manta sobre la cama, se deslizó y cayó encima de un hornillo de camping gas y empezó a arder. Conseguimos parar la cosa, pero a punto estuvimos de aparecer en los periódicos.
Melchor era algo mayor que nosotros y el único que se defendía cocinando (memorables sus tortillas de patata), y Paco Caliente tampoco se apañaba mal, creo recordar. Mis habilidades culinarias no se pueden calificar de escasas sino de inexistentes, y me estrené con unas "lentejas acuáticas" que los Pacos recibieron con una cara de estupefacción inenarrable. Yo sabía más o menos la teoría, pero nadie me había precisado la cantidad de agua a utilizar para la cocción, y menos que al presentarlas en la mesa no hubiera estado mal quitar el agua de la olla. Las lentejas flotaban perdidas por allí y tenían un irresistible sabor a ... nada. Con el tiempo la cosa fue un poco más digna, y aparecieron macarrones, espaguettis, coliflores con mayonesa, arroz a la cubana, salchichas, huevos fritos con patatas y algún casicocido. Aun con nuestras limitaciones, al menos cumplíamos, porque peor era el día que le tocaba cocinar al Humanes, pues más de una vez llegamos a casa caninos desde la Facu y la comida (ni el Humanes) simplemente no estaba.
Y es que Antonio iba por libre. Dos apuntes dignos de plasmar: su miedo febril cuando se produjo el intento de golpe de estado (quería largarse como fuera, y pensó en cruzar la frontera e irse a Portugal), y el extraño gentío que solía traer a casa. Hubo en particular una pareja de extranjeros que había conocido en algún concierto o fiesta, que nos metió en casa, se suponía que para una noche y se quedaron como una semana. Cuando al cuarto o quinto día la chica nos comunicó que había ido a hacerse unos análisis, interrogamos al Antonio, y éste, como si tal cosa, nos dijo que creía que eran de hepatitis. Y allí nos ves, como locos buscando información sobre la enfermedad y palideciendo por momentos al descubrir su grado de contagio y las consecuencias. Pensamos en tirar o quemar toallas, servilletas, cubiertos y demás elementos de contacto, pero al final nos íbamos a quedar en la indigencia y optamos por dejar correr el asunto y confiar en la suerte. Al parecer la cosa dio negativo y no hubo mayor problema, pero el canguelo de ese par de días hasta saberlo no nos lo quitó nadie.
Dejamos el piso antes de acabar los exámenes y partir de Tercero yo ingresé en la pensión de la Ñora Carmen en la Calle Hornos, pero esa es otra historia. ¿Fue entonces cuando os fuisteis a Marillac?
Tengo que cortar. Tengo localizados a Enrique Borrego y Paco Valiente, y creo que tirando de guía telefónica puedo encontrar también a Pedro Campos, pues vive en Cáceres, así que haré gestiones para que nos vean y el maestro pueda invitarles a participar.
Gracias, gracias por vuestras entradas y abrazos desde Cáceres.
miércoles, 10 de septiembre de 2008
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