Me fui a vivir a Mérida en febrero del 77. La afición emeritense al teatro se manifestaba de dos modos bien distintos:
1) Nos colábamos una vez tras otra al Teatro Romano (saltando la tapia). Vi Fedra cinco veces, sin llegar en ninguna ocasión al principio. Es que no era fácil, el camino estaba sembrado de peligros en forma de vigilante. Mi maestro saltador fue Manolo Perdigón.
2) En el Santulalia había un grupo que estaba preparando “Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín”. Lo coordinaba un profesor de literatura, que siempre era propuesto para Director del centro, con un porrón de votos, pero que era indefectiblemente rechazado (del PTE, prochino, demasiado rojo) por las autoridades educativas, en beneficio de Joaquín González, el de latín. La obra contenía varios poemas a los que había puesto música Alicia Bazaga. Mi colaboración se redujo a tocar la guitarra con ella.
Este grupo fue el germen de donde surgió la idea de representar la “Cantata de Santa María de Iquique”.
PS: Se agradece este nuevo trozo de tu novela, Blaki
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