lunes, 25 de agosto de 2008

Cavellini - Cartas - Bibliotecavecamonía XXVIII - Correspondencia y Hemeroteca Cavecanemda



IV




De una morada fantasmagórica al tugurio sito en el terraplén de los gitanos. Mal

cimentado sobre lo que fuera un taller de vidrio romano. Tórrida zona de Sol

omnipresente que funde las piedras y licúa las brevas. Sólo es soportable de

madrugada, con la brisa de los meandros de Don Álvaro y si viene una nube de

olor a colines y molletes de Otero.

El fontanero me ha dejado tirado como una puta colilla, a sabiendas que los

albañiles de garnacha a las tres de la tarde han taladrado la arqueta:

-“Tráeme una resilla, que la vamos a poner aquí provisional”, me ordena el

maestro.

Le acerco la carretilla con el cemento y el ladrillo al tiempo que ruge:

_”¡Ésa no, pelúo atontao; aprovecha las que están rotas...¡. Acércame, si no, un

azulejo”, mientras acelera el estruendoso martillo neumático.

Voy en bicicleta en un santiamén a casa para recoger un surtido de azulejos

floridos que tampoco satisfacen al albañil. Abandona el taladro en la cañería,

rebusca en la C-15 encontrando por fin un par de losetas de gres.

Tanto ajetreo para que no llegue a tiempo y en su lugar haga aparición por el

boquete la primera pareja de ratas.



Las cartas enviadas desde Brescia por Guiuglielmo Achile Cavellini eran

verdaderos sobres sorpresa. Con la foto que me ha enviado subido en una

motoreta acorazada pintada verdiblanca estoy sobreimpresionado. Jamás llegué a

conocerlo en persona. Cuando llegué a Venecia sus pegatinas estaban por todas

partes. Él, se denominaba pintor “historicista”, vocablo que inventó para abogar

por el reconocimiento en vida de los pintores. De los sobres salían fotografías,

postales, libros de familia lujuriosamente trucados en preciosas ediciones.

Cierta vez, recibí una misiva con pegatina adjunta en la que dibujaba, en blanco

sobre rojo, una vaca despiezada y en cuyos fragmentos situaba a diversos

pintores. Mi nombre lo situó en el frontispicio del animal.

Me llaman Luigi en un pueblo castellano, de adustos y cejijuntos brujos

zamoranos, y lo más que poseo es una ristra de ajos galardonada en la feria de

las Tres Cruces.


(…)


De “Reloj de un sereno” - Obra citada – BBBlaki – Artkeo Atrivm Editions






































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