En Santa Luisa de Marillac no teníamos ducha. Bueno, ducha sí: lo que no teníamos era calentador. Bueno, calentador, sí, pero no estaba instalado. Paro instalarlo había que buscar un fontanero. Buscar un fontanero es bastante fácil. Encontrarlo, no tanto. Conseguir que vaya a tu casa es un trabajo de Hércules urbano.
Esta situación explica el fenómeno que tanto intrigó a los científicos en aquellos años y sobre el cual se han dicho y escrito buen número de memeces: Los cinco vertebrados que, periódicamente, abandonaban su domicilio con una toalla al hombro.
¿A que ahora parece evidente? En efecto: se encaminaban hacia algún sitio donde pudieran ducharse. Los destinos más habituales eran el piso de Mari Ángeles Gabaldón, Tenti y María José, que vivían en uno de los filetes, o el de las Espitis, acogedoras damas placentinas que moraban en Camino Llano.
La solución definitiva vino de la mano de Javi Helmant, que compró dos tubos de goma e instaló él mismo el artilugio. Fue aclamado como corresponde a un héroe.
No mucho después, se nos rompió la alcachofa.
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