sábado, 23 de agosto de 2008

Reloj de un sereno - Novela - BBBlaki - Artkeo Atrivm Editions







El reloj del sereno. Décadas cubierto de polvo espeso en la esquina más

septentrional de la trastienda. En el altillo ulterior junto a un mohoso estuche que

contiene otra antigualla: una precisa máquina de pivotar francesa decimonónica.

Uñas al guarro:

Abramos la funda del reloj blindado. Es de cuero gordo y rígido y semejante a una

cantimplora que llevara cualquier soldado extraviado de la guerra del catorce.

Encajamos en una de las tres cerraduras la orejuda llave y donde esperábamos

ver un sofisticado mecanismo de ruedas dentadas y muelles espirales hay

cartones, papeles de calcar morados, azules cobalto y negros.

Adosados a este mazacote blindado cohabita otro hatillo de papeles amarillentos

circulares, numerados en dos círculos concéntricos señalados con picaduras en

las casillas extremas.

Estos cartones nos cantarán el bingo de esta historia, aclarando el recorrido

geográfico del relato en los agujeros del papel, como en los grabados

calcográficos al revelar la hora, el minuto y el lugar de cada hecho narrado.

Prueba documental infalible pues hay una llave que corresponde a una cerradura.

La imagen desdoblada de este grabado y la impronta del

monotipo.


El reparto, los personajes:

En el polígono Carrión, en un predio alambrado, justo al pie de los restos de los

muros del cortijo, he dejado caer los laminadores. Dos estructuras muy sólidas de

hierro y acero cortén abandonadas a su suerte. Las perderé. El primero que pase

las subirá a trancas y barrancas a un remolque y se las venderá al Culebra o a

Fumanchú en la chatarrería.

Ya las añoro; llevan dos días a la intemperie y me muero de pena. Iré a verlas esta

tarde, si es que aún estuvieran allí, tiradas. Pesan un quintal, pero las elevaré

como un Sansonito sobre la tierra, las embadurnaré de aceite de la cooperativa de

Guareña. Voy a vestirlas con sacos de plástico y momificadas esperarán a que

abra el nuevo taller de orfebrería donde tendrán su espacio y suelo firme a

perpetuidad. Junto a los centenarios yunques y la vieja prensa de estampar.



A poco de levantar los primeros ripios y arrastraslos hacia la bolsa negra de

basura comunitaria los guantes se habían hecho trizas.

Oxidados y enmohecidos sobresalían en un volcán polvoriento de yeso, cemento y

zotal los estribos y bozales de la yeguada de Ramón Escoriza, alias “Rufo”.

Alisando con las palmas al nivel de los años en que Villamargarita estaba

habitada, los surcos fosilizados en barro caleño de las ruedas de la Serré, un

cochecito a tracción de dos caballos blancos con las crines emplumadas, se

ahondan junto a las palmeras datileras.

Un aire fresco de la Sierra de Arroyo esparce el hedor proveniente del pozo

cegado orientado hacia Calamonte.

Aún aguantan la acacia y la higuera en el árido páramo pendiente de expropiación

forzosa a causa de la autovía. Florecen los chumbos donde vienen a morir los

mastines.


Me propuse ahondar en tierra virgen con mejores utensilios y la certeza de que

hallaría algún documento u objeto que justificase ante los pocos vecinos

colindantes mi presencia en aquellas ruinas de cortijo cada crepúsculo. Alarmados

los perros, la silueta del campesino saliendo del silo se recorta nítidamente ante la

cantera de Carija.

Mi anhelo es hallar el mapa de hule amarillento de un tesoro ya encontrado hace

milenios vuelto a trazar cada siglo con otra tinta. La ubicación del cortijo está en la

misma intersección de todos los caminos, en el eje de la rosa de los vientos.

Aupado en la mampostería, mirando hacia la Meca de Almería diviso a Ramón

“Rufo” galopando junto a la reala de galgos sobre los viñedos de Tierra de Barros

con su coraza de esparto. Mejor vista tendré aupado a las colinas de espliego de

Torremegía.

En suelas y espuelas de Rufo viajan como polizones las semillas de Oriente,

Polinizando las vides a su paso, al trote y al galope.


Tras un somero bosquejo de su villa natal, Velefique, en la sierra almeriense de

los Filabres, Antonio Martínez añade notas en su libro manuscrito:

“El esparto constituye una de las mayores riquezas... (para los contratistas),

siendo esta región “la tierra por excelencia del tomillo y del esparto” y por ende,

“del hambre y la miseria”, como lo demuestran de uno u otro modo infinidad de

cantares y refranes como estos:

Cantar:

En la tierra que hay tomillo,

atochón y mucho esparto,

ninguno muere de ahíto
ni de pan se verán hartos


(...)

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