Qué mujer, qué carácter

Arriesgando mi vida, he ido a visitar a Nuña. No exagero: debajo de su balcón me he parado a encender un cigarro y, segundos después, un frigorífico güestinjaus ha caído a pocos centímetros de mí (en mi caso, se puede decir que el tabaco me ha alargado la vida). Advertido por este hecho, he pulsado su botón del portero automático con un bolígrafo Bic naranja escribe fino, que se ha derretido inmediatamente. Tras ello, he podido introducirme, puesto que, ignoro por qué motivo, la puerta se ha quedado abierta. Sin tomar el ascensor (toda precaución es poca) he subido los siete pisos. Al llegar arriba, he escuchado unos ladridos pavorosos azuzados por la voz de Nuña (“a él, Atila, a él”). Afortunadamente, he recordado que Nuña tiene un caniche, por lo que no he vacilado en golpear la puerta. Ha abierto, a regañadientes:

-Confiaba en el frigorífico porque sabía que no te ibas a dejar engañar por unos ladridos grabados. Me tienes hasta las webs. Ahora, a ver cómo arreglo el ascensor. Te informo rápido para que te largues cuanto antes: parece ser que existe una multitud de fuentes sobre la Cavecania y los Gaieumbari: en latín, en eslavo, en norge, en sánscrito. Hay, incluso, un libro escrito en brasileño y un recetario en mandinga (es posible que lo haya escrito N’Digna). Además, los testimonios gráficos, grabados, frescos, óleos, son innumerables. He exigido que me los entreguen. No tengo más que decir. Ya mismo te estás pirando.

He obedecido al ver que empuñaba un 38 Smith and Wesson del especial.

Mientras se aplaca su furia y le saco algo más, subo esta pieza (himno a la amistad a su estilo) del tío Brassens, maestro cantor tabularpari, de gran predicamento en el período salesianosantulállico.

Parece que no ha subido el vídeo. Voilà el enlace