Los porros y chanzas

A finales del período godoyano, Higgel trabó amistad con Manuela, mujer de asombrosa vitalidad y magnética personalidad, eminente folklorista y alma de El Almirez. Higgel fue de inmediato absorbido por el torbellino ceclavínico: incorporóse al grupo de Coros y Danzas en el que cantaba Manuela. Devino, en breve lapso de tiempo, un Nijinski con faja y chaleco, el Nureyev de la jota, la Paulova en alpargatas.

A principios del período marillaico, el grupo proyectaba un viaje a la Roche sur Yon (la rosellón, decía el concejal que de ello se ocupaba). Engolosinado ante la perspectiva, integréme en el clan como tercer bandurria: los dos primeros eran Pablo y Ramón.

Los coros y danzas eran dirigidos por la esposa (disculpad, pero he olvidado su nombre) de Saimon, The boy from the Shore, antiguo miembro de la Sección Femenina (la esposa, no Saimon)
Nutrido es el anecdotario de esta formación, que para mí supuso un primer contacto directo con la música tradicional. Limitaréme, por el momento, a referir el periplo gabaccio.

El viaje se llevó a cabo: a la ida, pernoctamos en Burgos, donde comprobamos los fundamentos empíricos del aserto “tiene más huevos quel caballo del Cid". Nuestro juvenil ímpetu nos condujo a prolongar la juerga hasta más tarde de lo que aconsejaba nuestra actividad artística. Arribamos a la Roche sur Yon en un estado lamentable: sienes doloridas y latientes, gargantas laceradas y secas, el huracán de los motores, fijo. Una resaca importante. Y ello se reflejó en nuestra performance.
Nuestra directora, encolerizada, decretó que a la vuelta albergaríamonos en un hotel de carretera, con el fin de alejarnos de las tentaciones de la noche burgalesa.
Tal vez fuéramos los únicos clientes de aquella posada, que sin duda habría servido de inspiración a Stephen King para El Resplandor, de haber recalado allí. Hubo notable trasiego de una habitación a otra, pero sin pasar a mayores.
Un último detalle: algunos de los músicos consiguieron convencer a Joseph Count de que las empleadas del hotel eran, en realidad, prostitutas. Sin dudarlo, el guitarrista acudió a ellas ataviado con sus mejores galas, perfumado y con un paquete de Winston (él, que no fumaba) en el bolsillo de la camisa.
Desconozco el resultado final de tan libidinosa incursión.