lunes, 20 de octubre de 2008

La casera

 

Compañeros, he de reconocer que empiezo a desconfiar de mis informadores. Se ha debido de correr la voz de mis generosas dádivas y una turba de facinerosos se agolpa a mi puerta. Ayer mismo recibí a cuarenta y ocho tías que afirmaban ser la casera de la calle Godoy. Lo habría aceptado de no haberme percatado del hecho de que alguna era impúber, por lo que, cronológicamente hablando, no cuadra. Además, noté después que, entre ellas, las había con barba y bigote. Incluso me pareció reconocer a un cura del opus que nos daba religión en el Santulalia.

Así pues, cuento sólo con mis recuerdos.

Desperté un día y encaminéme a la cocina. Hallé a Melchor Hoianus, escoba en mano y con aire contrito. Ante mis requerimientos, contóme que había escuchado cómo los vecinos de arriba daban rienda suelta a sus más bajos instintos: crujir de somier, aullidos femeninos, jadeos masculinos, griterío final conjunto. El involuntario testigo auditivo se había incomodado por tamaña impudicia.

Pocos días después, la vecina de arriba (nuestra casera) acorraló a Eagle, piropeándolo denodadamente: que qué ojazos, que no me mires así, que me pongo colorá. A mí, otro día, me hizo subir a su casa con excusas peregrinas. Creo recordar que todos los demás también sufrieron asedio. Parece ser que los feroces coitos matinales no eran suficiente y trataba de encamarse con sus inquilinos.

Ni que decir tiene que hicimos de la castidad nuestra bandera.

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