
La tiré al suelo pues creí que estaba ensuciada con un liquiducho que a la postre, en los laboratorios del SITJ se confirmaron como la silicona que repegaba a su vez un regalo antiroturas.
Al tirarlo al asfalto me dije:
Qué guarro soy, como maya bijto alguien bá pensar que sío dil-lhó el qués cribido la buda nota.
Y sin más miramientos, la recogí del subsuelo asfáltico dieno de gravilla suelta y guardéla en el bosidio trasero de mi lébis heredao añil.
Al diegar al concierto se la mostré no sólo a los buzófalos sino a tó bicho viviente que me pilló por barba.
Sometí la nota a encuesta entre grupúsculos que me instaban a diamarla y asín resolver duna buda B la cuestión.
Totá cal aparcar de vuelta del evento men contré al mismísimo Sha, quien porteaba la Llixon y a quien relaté la historia con pelos y señales.
Me sugirió diversos cognómenes del entorno festucal y corroboróme la autoría del hecho en un elemento de profesión y estatus reconocido entre sus convecinos y amante esposa.
Yo sé quel fans le da una mijina al gnigo-electródico y autógeno y considero normal y perdonable este desfuero de celosía y admiración arrebatadora.
El fanatismo conduce a eso.
Por eso mismo, que huyendo de potenciales súbditos de Dubois & Bresst desel-lho dïr a las habuas raftingueras que propone el excelso Eulalio Abohollinaire desde lor Mons Trans-Periagneales.