miércoles, 28 de abril de 2010
miércoles, 21 de abril de 2010
Elbuhto Hammo
Al bajar la escalera, me encuentro con la sonrisa de Jesús. Interrógolo, inquieto por si no se ha movido desde el día de Alberto Pérez. El ingeniero-músico me tranquiliza: acaba de llegar. Y no, no lo anuncian como parte de la decoración del garito. Añade que igual podrían hacer conmigo. Luego, pasa a referirme que él SÍ que vino la víspera, y que Ruibal estuvo como siempre: magnífico. En un breve concilio, decidimos nombrarlo puto amo del cotarro cantautoril.
Accedo a la zona trasera de la barra, donde aparecen, por este orden, Nuña y Ruibal.
Historia de La Campana de los Perdidos |
Corrían los primeros años del siglo XVI, la otra orilla del río Huerva- en el paso más cercano a la iglesia de San Miguel de los Navarros- estaba surcada por malezas insondables, cañaverales el doble de altos que la estatura humana y un sinfín de sendas laberínticas que ocupaban hasta gran distancia aquel barrio que el pueblo llamó Montemolín. En esta época muchos trabajadores, con el fin de allegar unos recursos extras para el sustento familiar, acostumbraban a salir temprano de la ciudad y, tras pasar la jornada cortando leña, la acarreaban al anochecer para venderla en la plaza de San Miguel. A bastantes de estos trabajadores les solía ocurrir, sobre todo en los duros días invernales y debido en la mayoría de los casos a las densas nieblas que se formaban debido a la proximidad del cauce fluvial, el que no hallasen el camino de vuelta a la ciudad y les sorprendiese la fría y lóbrega noche en un intento desesperado por encontrar dicho camino de vuelta, teniendo que pasar la gélida noche como buenamente el más puro instinto de supervivencia les asistía. Fue en uno de aquellos gélidos inviernos, concretamente el de enero de 1529, especialmente crudo con lluvias torrenciales que anegaron los alrededores del río Huerva dejando casi imposible el paso por determinados puntos. Un labrador se presentó en la iglesia de San Miguel en una de esas madrugadas dando la terrible noticia de haber encontrado los cadáveres de dos mujeres a la orilla del río. Abrazados y rígidos por el frío reinante encontraron los dos cuerpos inertes...y al parecer no fueron esas dos mujeres las únicas que pagaron con su vida el no haber podido encontrar el camino de regreso a la ciudad. El ilustre clero de San Miguel, a tenor de los funestos sucesos, tuvo a bien colocar una gran lámpara en lo alto del campanario que, ayudada por espejos, hiciera las veces de faro sirviendo su luz como punto de referencia en la campiña. El zaragozano viento de todos conocido y que arrecia con inusitada fuerza en los días tormentosos arrancó el singular "faro" en una tarde aciaga en la que perecieron varias personas por el desbordamiento del río, unas por querer salvarse de la riada y otras por intentar salvar a familiares o vecinos suyos. Consternada la ciudad por los desastres producidos por la tormenta, sobre todo los vecinos y parroquianos de la iglesia de San Miguel, resolvieron solicitar del "Jurado en Cap"- lo que hoy es el ayuntamiento- que una de las campanas de la torre de dicha iglesia se tocara de media en media hora desde el crepúsculo hasta las doce de la noche. La ciudad resolvió favorablemente la petición y determinó que el campanero tuviese una habitación en la misma torre o junto a ella haciendo repicar la campana de media en media hora desde el anochecer hasta la media noche y poniendo otra luz en un punto más elevado y seguro de la mencionada torre. Dos siglos más tarde, cuando se despejó de malezas y árboles la zona, se suprimió la luz y la campana, ya denominada por todos como campana de los perdidos, siguió tocando desde las nueve de la noche en otoño e invierno y a partir de las diez de la noche el resto del año pero de hora en hora. Un genuino faro sonoro. Solamente dejó de tocar la campana de los perdidos en la época de los sitios de Zaragoza aunque superados estos volvió a seguir tocando aunque ya no hiciese falta pues la campiña, otrora selvática, era un enjambre ya de caminos, grandes avenidas y buenas carreteras. La insigne iglesia de San Miguel tuvo a bien mantener la tradición y perseveró en la costumbre hasta bien mediado el siglo XX. Por causas desconocidas dejó de tocar pero a finales del siglo apareció en la prensa local que se había decidido mantener la tradición y seguir tocando, como hace hasta la fecha, las treinta y tres acompasadas campanadas de ritual , obviamente de manera simbólica. Esta campana y su tocar al caer la tarde hizo que a los que vagaban por la ciudad mientras tocaba les cayera el apodo de "perdidos". La Cueva del Tuno S.L.- sociedad que regenta el Café-bar La Campana de los Perdidos- quiso poner este nombre a su establecimiento por dos motivos fundamentalmente: el uno por ayudar a mantenerse vivas nuestras costumbres y tradiciones y el otro y más importante por estar dicha sociedad formada en su totalidad por miembros de la Tuna Universitaria del Distrito de Zaragoza, es decir formada en su totalidad por "perdidos" que despiertan cuando suena la famosa campana y a los que les gusta el reunirse mientras- como reza una famosa canción estudiantil- quede una botella y unas ganas de cantar. |